Salgo 15 minutos más temprano y el metrobús llega 10 minutos más tarde. El comienzo de la lógica ilógica que domina la vida. Me subo y apenas saludo al conductor, el runruneo que delata a todo autobús se calla. "El coño de la madre," dice el conductor, cero sorprendido. Que suerte la mía. Me asegura que va a llamar por radio a la central para que manden otro autobús, "pero si la radio prende," que no prende porque el autobús entró en coma total. Chévere. Sonrío. Salí más temprano y ya me imaginaba llegando más tarde. La lógica ilógica. El conductor menta madre de nuevo y aprieta botones de la misma forma que lo hacíamos todos de pequeños, jugando en el Nintendo un juego que no sabíamos jugar. Y de la misma forma que Mario saltaba, hacía un triple mortal y llegaba a un nivel secreto lleno de monedas sin explicación, el autobís revive. Todos aguantamos la respiración como si cualquier movimiento va a afectar esta caja verde y colectiva. No se apaga, Soltamos el aire y el conductor nos deja pasar. No nos cobra. Esto me roba la esperanza. Él sabe que su vehículo volverá a sufrir un infarto. No es una cuestión de si va a pasar, si no de cuándo. Cada parada, cada semáforo, cada peatón amenaza mi puntualidad. Son las 7.50 am, la gente está yendo al trabajo, llevando a los chamos al colegio. En una ciudad donde siempre hay cola, ésta es la propia hora en la que hasta las colas tienen cola.
El autobús va tociendo, va ahogado, no sé nada de mecánica automotriz, pero sé que este estira y encoge no es normal. Es como manejar con un conductor primerizo, de esos que no le han agarrado el truquito ni al acelerador ni al freno. Pero en este caso no es culpa del conductor. Estoy en la última fila y fuera de rango para escuchar a los de la proa, pero estoy segura de que nuestro capitán, de acuerdo a los precedentes establecidos, no ha dejado de mentar madre. Me concentro en escribir, en leer, en escuchar conversaciones que no me incumben, habladas por gente que no conozco. El tráfico a veces avanza, pero por lo general me da la oportunidad de observar detalladamente el estado y color de los chicles variados pegados al asfalto. Caminando sería más rápido, gateando...capaz hasta de retroceso. La cola no avanza. La cola avanza. La cola no avanza. No voy a ver el reloj porque sé que voy tarde y me va a joder confirmarlo. Veo el chicle. Leo los titulares del periódico que vende la del KINO. Veo el otro chicle. Critíco el mugroso estado de algunos carros. Aprecio el brillo de aquellos limpios. Veo como es la parrillera de la Explorer. Veo mi reflejo en la Explorer. Veo el reflejo de todos nosotros. Caras de resignados. De entregados a depender de las masas y todos sus vehículos. Una Cherokee tiene una calcomanía de los Leones y eso me recuerda que ganó el Magallanes. Más chicle. ¿Quién es esta gente que lanza tanto chicle por la ventana? Un pitillo. Una pluma. Debería coleccionar todas estas cosas y hacer manualidades. Oscar de León e Ilan Chester se presentarán juntos en el Eurobuilding. Vota el 16 por Capriles.
La cola se mueve y empezamos a avanzar tociendo, a rebotar pa'lante y pa'trás. Es como cuando remábamos mal en la universidad. Este es el movimiento que hace el barco cuando ocho carajas no agarran el ritmo, cuando cada una rema y sigue su propio tambor. Contra todo pronóstico arribamos a la estación del metro, todos sonreímos y nos vemos como si acabáramos de sobrevivir una experiencia de la cual creíamos no saldríamos con vida. Compartimos algo que nadie fuera de este viaje puede entender, hay solidaridad en el aire, esta solidaridad a la que me quiero aferrar me la arrebata una señora que me aparta bruscamente porque "voy tarde niña!". Hasta ahí llegó.
El autobús va tociendo, va ahogado, no sé nada de mecánica automotriz, pero sé que este estira y encoge no es normal. Es como manejar con un conductor primerizo, de esos que no le han agarrado el truquito ni al acelerador ni al freno. Pero en este caso no es culpa del conductor. Estoy en la última fila y fuera de rango para escuchar a los de la proa, pero estoy segura de que nuestro capitán, de acuerdo a los precedentes establecidos, no ha dejado de mentar madre. Me concentro en escribir, en leer, en escuchar conversaciones que no me incumben, habladas por gente que no conozco. El tráfico a veces avanza, pero por lo general me da la oportunidad de observar detalladamente el estado y color de los chicles variados pegados al asfalto. Caminando sería más rápido, gateando...capaz hasta de retroceso. La cola no avanza. La cola avanza. La cola no avanza. No voy a ver el reloj porque sé que voy tarde y me va a joder confirmarlo. Veo el chicle. Leo los titulares del periódico que vende la del KINO. Veo el otro chicle. Critíco el mugroso estado de algunos carros. Aprecio el brillo de aquellos limpios. Veo como es la parrillera de la Explorer. Veo mi reflejo en la Explorer. Veo el reflejo de todos nosotros. Caras de resignados. De entregados a depender de las masas y todos sus vehículos. Una Cherokee tiene una calcomanía de los Leones y eso me recuerda que ganó el Magallanes. Más chicle. ¿Quién es esta gente que lanza tanto chicle por la ventana? Un pitillo. Una pluma. Debería coleccionar todas estas cosas y hacer manualidades. Oscar de León e Ilan Chester se presentarán juntos en el Eurobuilding. Vota el 16 por Capriles.
La cola se mueve y empezamos a avanzar tociendo, a rebotar pa'lante y pa'trás. Es como cuando remábamos mal en la universidad. Este es el movimiento que hace el barco cuando ocho carajas no agarran el ritmo, cuando cada una rema y sigue su propio tambor. Contra todo pronóstico arribamos a la estación del metro, todos sonreímos y nos vemos como si acabáramos de sobrevivir una experiencia de la cual creíamos no saldríamos con vida. Compartimos algo que nadie fuera de este viaje puede entender, hay solidaridad en el aire, esta solidaridad a la que me quiero aferrar me la arrebata una señora que me aparta bruscamente porque "voy tarde niña!". Hasta ahí llegó.